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Los apóstoles de Jesús (Mateo 4:18-22)

Mientras caminaba junto al lago de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: uno era Simón, llamado Pedro, y el otro, Andrés. Estaban echando la red al lago, pues eran pescadores. «Vengan, síganme —dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres». Al instante dejaron las redes y lo siguieron. Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca remendando las redes. Jesús los llamó y dejaron enseguida la barca y a su padre para seguirlo (Mateo 4:18-22)

Llama la atención la clase de personas que Jesús empieza a seleccionar como sus apóstoles. No eran personas que destacaran por su preparación intelectual; de hecho, se dijo de ellos que “eran hombres sin letras y sin preparación” (Hch 4:13) Tampoco destacaban por su posición social. Eran simples hombres, trabajadores que se ganaban la vida pescando. Pero la gran fe y aprecio que sentían por lo que Jesús representaba les impulsó a dejar su estilo de vida anterior y a darse a sí mismos “al instante” en obediencia a Jesús. Actuaron como el comerciante de la parábola de Jesús que supieron reconocer enseguida el valor del reino de los cielos, representado por la perla de gran valor, de forma que vendieron todas sus cosas para obtenerla (Mt 13:45). Son este tipo de personas a las que Dios atrae, personas que se dan a sí mismas para seguir y obedecer a Jesús; que se dejen moldear y formar conforme a la voluntad del gran Alfarero (Jer. 18:6; 2 Cor. 3:18)

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