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El ayuno (Mateo 6:16-18)

Cuando ayunen, no pongan cara triste como hacen los hipócritas, que cambian sus rostros para mostrar que están ayunando. Les aseguro que estos ya han obtenido toda su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara para que no sea evidente ante los demás que estás ayunando, sino solo ante tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará. (Mateo 6:16-18)

La ley de Moisés especificó un solo ayuno para ser observado anualmente (Lev 16:29-34) En el Nuevo Testamento se asocia con el duelo (Mt 9:14-15) y la oración (Lc 2:37; Hch 14:23). En estos pasajes el ayuno acompañó a la oración como reconocimiento del intenso deseo de discernir la voluntad de Dios.

En este pasaje, Jesús reconoce la práctica judía de ayunar, pero no dice que sea obligada ni tampoco la prohíbe. Jesús lo que condena otra vez es la hipocresía religiosa, enfatizando la importancia de adorar a Dios con sinceridad de corazón. Aunque el ayuno puede ser beneficioso, en el sentido de que puede predisponer para los asuntos espirituales, nos podríamos engañar pensando que la práctica del ayuno en sí nos hace más espirituales. En realidad, la esencia del ayuno es la conciencia de la necesidad personal de hacerlo. Cuando el corazón y la mente están reflexionando y comprometidos en un asunto serio, en especial uno de naturaleza triste y solemne, hay una predisposición natural a no participar del alimento.

Aunque no se puede esperar que el ayuno nos pueda otorgar una posición especial delante de Dios, hemos de notar que Jesús dice que Dios recompensa el ayuno que se hace con la motivación correcta; por lo tanto, aunque no está ordenado, se alienta a ello por la promesa de la recompensa ¿En qué sentido podría recompensar Dios esta clase de ayuno? Podríamos pensar en un beneficio obvio, como es el evitar el embotamiento y la somnolencia a la hora de orar y meditar, así como impulsar la autodisciplina, pero principalmente la recompensa sería el discernir con más claridad la voluntad de Dios sobre algún asunto que nos preocupe y especialmente, si afecta a nuestra relación personal con Él.

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