Dios es Espíritu, por eso todos los que lo adoran deben hacerlo en espíritu… (Juan 4:24)
Cuando Jesús habla de adorar a Dios en espíritu se refiere a la parte espiritual de quien adora. Es en este sentido que el Léxico griego de Thayer define “espíritu” como “el poder de percibir y captar las cosas divinas y eternas, y sobre el cual el Espíritu de Dios ejerce su influencia”.
Ya que Dios es espíritu, la adoración a Dios tiene que producirse necesariamente en el ámbito espiritual, donde el espíritu del adorador está en comunión con el espíritu de Dios. Pablo es más preciso cuando dice que “adoramos en el Espíritu de Dios” (Flp 3:3) Por tanto, para adorar a Dios en espíritu, tenemos que elevar nuestro espíritu a la esfera espiritual de Dios y permitirle que ejerza Su influencia en nosotros.
Esta relación la hizo posible Jesús cuando nacemos de nuevo en el Espíritu como hijos de Dios (Jn 3:3-8), “porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios”, y “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8:14, 16)
Por tanto, la adoración espiritual con Dios es algo personal entre uno y Dios, de nadie más. Y no consiste en cosas externas como rituales, lugares, ofrendas, etc. Lo único que a Dios le importa es nuestra adoración de corazón, adoración sincera dirigida a Él, no para que otros nos vean. Por eso, es esencial que de manera cotidiana busquemos alcanzar la comunión espiritual con Dios, recordando y encontrando nuevos motivos para reafirmar nuestro amor a Él, convirtiendo la oración en un diálogo constante y alimentándonos de Su palabra.
Pero, aunque la adoración a Dios es algo exclusivamente personal, necesariamente se ha de manifestar en el carácter y conducta de quien adora, y, por tanto, condiciona notablemente la relación que se tiene con los demás. No puede ser de otro modo, ya que, si nos dejamos influir por el Espíritu de Dios, se ha de producir un fruto, un resultado en nuestra forma de vivir, y que se describe así: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, humildad, dominio propio”. Así, si pretendemos ser verdaderos adoradores de Dios, obligatoriamente debemos evidenciar estas cualidades en nuestro trato con los demás, ya que “Si vivimos por el Espíritu, también debemos andar por el Espíritu” (Gal 5:22-23, 25). De este modo, “reflejando la gloria del Señor, vamos incorporando su imagen cada vez más resplandeciente bajo el influjo del Espíritu del Señor” (2 Cor 3:18) Siendo así, nuestra adoración a Dios es realmente en espíritu.
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