Entonces dijo María: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque se ha dignado fijarse en su humilde sierva […] ¡Santo es su nombre! De generación en generación se extiende su misericordia a los que le temen. Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios. De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes (Lucas 1:46-52)
No sólo fue humilde el lugar de nacimiento de Jesús. La mujer escogida por Dios para concebir a Su Hijo no era de ninguna familia destacada, sino una mujer sencilla y pobre (Lc 2:23-24) Ninguno de nosotros ha podido elegir a su madre antes de nacer; pero Jesús sí pudo elegir, y al hacerlo prefirió a una mujer de humilde condición.
El mismo día de nacer nuestro Señor, un ángel anunció la buena noticia ¿A quiénes? No fue a los gobernantes o a los líderes religiosos del pueblo de Dios, sino a unos sencillos pastores que cuidaban sus rebaños esa noche, estos fueron invitados a ir a Belén y conocer a Jesús (Lc 2:8-20)
Unos cuarenta días después, sus padres llevaron a Jesús a Jerusalén donde residían los diligentes del sistema religioso judío que en aquel tiempo esperaban la venida del Mesías ¿Se les comunicó la visita del Mesías, para así rendirle una majestuosa bienvenida? ¡Ni se enteraron! En cambio, estaban Simeón y Ana, viejecitos piadosos a quienes Dios concedió el privilegio de conocer a Su Hijo (Lc 2:25-38)
A Jesús no le avergonzó en absoluto venir al mundo en unas circunstancias aparentemente tan indignas del “Hijo del Altísimo” y rodearse de personas humildes y sencillas. Está claro que no consideró en absoluto la posición social o económica, ni el prestigio humano que eso conlleva. No se fijó en ello, sencillamente porque para Dios esas cosas carecen de todo valor. Él nos mostró que el concepto humano de dignidad y grandeza es tremendamente ridículo e irreal. Sí, ya desde el mismo principio, Jesús estableció una escala de valores muy distinta a la del mundo. Para ser seguidores de Jesús necesitamos aprender activamente cuáles son esos valores y eso sucede cuando imitamos la humildad que Jesús nos enseñó ¿Se nos hace difícil seguirle en este aspecto esencial? Entonces abramos nuestro corazón y pidamos a Dios que efectúe los cambios necesarios.
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