“Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lucas 2:7)
Justo antes de ser concebido en el vientre de María, Jesús fue descrito como “Hijo del Altísimo”, el rey de un ‘reino que no tendrá fin’, de modo que se produciría el nacimiento de la persona más grande y sobresaliente que jamás haya pisado la tierra, un nacimiento iniciado y controlado por Dios mismo, para Quien “no hay nada imposible” (Lc 1:31-37) ¿Cómo fue ese nacimiento? ¿Tuvo lugar en el templo, la casa de Dios, asistido por los principales líderes políticos y religiosos? No precisamente.
Aconteció que estando en Belén, y puesto que no se encontró hospedaje, el nacimiento del Hijo de Dios tuvo lugar en el abandono de un establo, acostado en el hueco donde comían los animales. Un lugar indigno para la inmensa mayoría de nosotros ¿Quién dejaría que su hijo naciera en esas circunstancias? Sin embargo, Dios quiso que fuera así para su Hijo. No es que simplemente lo permitiera, sino que hizo que fuera así. Igual que maniobró la circunstancias para hacer que su Hijo naciera en Belén, podemos pensar que también maniobró para que naciera es un lugar extremadamente humilde.
¿Nos hace pensar? Ya desde el mismo principio de la vida de su Hijo, Dios quiso enseñarnos que no muestra ninguna consideración a las cosas que los hombres procuran para mostrar su dignidad y grandeza.
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