Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en él no es condenado, pero el que no cree ya está condenado por no haber creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió la oscuridad a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que hace lo malo aborrece la luz y no se acerca a ella por temor a que sus obras queden al descubierto. En cambio, el que practica la verdad se acerca a la luz, para que se vea claramente que ha hecho sus obras en obediencia a Dios (Juan 3:17-21)
Jesús no vino para condenar, sino para salvar a la humanidad. Pero si no se tiene fe en Jesús hay condenación. Pero esta condenación no viene de parte de Dios, sino de quien no tiene fe. El que practica lo malo odia la luz y también odia al portador de la luz, Jesús.
En cambio, si practicamos la verdad que conocemos de Dios y nos sentimos atraídos por Jesús tanto que queremos seguir sus pasos, entonces tenemos esperanza de salvación. Todo depende de cada uno.
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