Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: «Misericordia quiero, y no sacrificio». Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento (Mateo 9:10-13; Marcos 2:15-17; Lucas 5:29-32)
Los fariseos, cuyo nombre quiere decir los “separados”, estaban tan orgullosos de su propia justicia que despreciaban a los demás (Lc 18:9), en concreto a publicanos y pecadores, evitando cualquier proximidad con ellos. Por esa razón los fariseos se escandalizaban de que Jesús comiera con gente de tan mala reputación.
Pero Jesús consideraba a los publicanos y pecadores de manera muy distinta, los veía como enfermos espirituales que necesitaban de él como médico, y aceptaba comer con ellos, no para aprobar su conducta, sino para facilitar su llamada al arrepentimiento, como fue el caso del propio Mateo. Así es como deberían haber actuado los fariseos, pero ellos se interesaban más en criticar que en animar, en señalar las faltas de otras personas que en ayudar a superarlas. Por eso Jesús, citando al profeta Oseas, les dijo: “aprended lo que significa: «Misericordia quiero, y no sacrificio»” Ellos debían aprender que la religión sin bondad o misericordia no tiene valor ante Dios (Am. 5:21–24; Mi. 6:8)
Al igual que Jesús, no debemos temer ir a aquellos que tienen un modo de vivir reprochable, porque el mensaje de Dios puede cambiar a cualquiera.
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