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Un hombre enfermo 38 años (Juan 5:5-9; 14)

Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo… Después le halló Jesús en el templo, y le dijo: Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor (Juan 5:5-9; 14)

Este pasaje muestra de modo muy perceptible la compasión de Jesús. Se trata de la curación del paralítico de Betzatá, un hombre que llevaba enfermo 38 años. Hay que notar que, en casi todos los otros milagros registrados, Jesús los hizo previa solicitud del propio enfermo o de sus familiares o amigos, pero en este caso nadie le pidió que lo curara; de hecho, ni siquiera sabía que se trataba de Jesús. Fue cuando supo del mucho tiempo que llevaba paralítico, que Jesús tomó la iniciativa y le curó ¿Qué le motivó a hacerlo? La compasión. Jesús no podía dejar que ese hombre siguiera en tal lamentable situación después de tanto tiempo, a pesar de que la causa de la enfermedad fuera la práctica del pecado; algo que se extrae de las palabras finales de Jesús: no peques más, para que no te suceda algo peor.

Ahora pensemos: Si Jesucristo tuvo compasión de ese hombre que estaba afligido por 38 años ¿Podemos concebir que Dios permita que sus criaturas humanas sufran en un infierno de fuego por toda la eternidad? Sabiendo que Dios es tan amoroso y compasivo, es inimaginable que lo pueda permitir, y mucho menos que así lo haya decidido.

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