Él se marchó de allí y llegó a su pueblo; y sus discípulos le siguieron. Cuando llegó el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos que le escuchaban se asombraban, diciendo: ¿Dónde obtuvo éste tales cosas, y cuál es esta sabiduría que le ha sido dada, y estos milagros que hace con sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, y hermano de Jacobo, José, Judas y Simón? ¿No están sus hermanas aquí con nosotros? Y se escandalizaban a causa de Él (Marcos 6:1-3)
Cuando Jesús regresó a lugar donde se había criado se encontró con la actitud hostil e incrédula de los que hasta ahora habían sido sus vecinos. No pudieron concebir que un simple carpintero al que ellos conocían desde su niñez fuera de pronto un profeta de Dios.
Esto nos revela un detalle significativo respecto a la personalidad de Jesús. Los vecinos de Nazaret no hubieran opinado de ese modo sobre él, si anteriormente Jesús hubiera hecho valer su sabiduría perfecta, si hubiera tenido una actitud de superioridad, por otra parte muy legítima, ante sus familiares y vecinos. Pero no, es evidente que Jesús se comportaba de manera sencilla, carente de cualquier tipo de ostentación o presuntuosidad en su trato con los demás.
Y si esto fue así en su vida terrestre ¿No hemos de esperar que mantenga esa misma actitud en el cielo, no mostrando presuntuosidad alguna en el desempeño de sus funciones especiales? Si Jesús no exhibió su superioridad ante sus congéneres, ni lo hace ahora, nosotros tenemos muchas más razones para seguir su ejemplo. Pensar en esto nos ayuda a extraer grandes lecciones sobre la importancia que Dios concede a la sencillez y la humildad.
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