Muy de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió de la casa y se fue a un lugar solitario donde se puso a orar (Marcos 1:35)
Cuando leemos en los evangelios las actividades de Jesús, tenemos la constante impresión que siempre estaba ocupado enseñando y curando a las personas, parece que no tenía ni un respiro. Y así era, Jesús se volcaba permanentemente en el servicio a los demás, pero también necesitaba orar, porque no podía vivir sin comunicarse con su Padre. Por eso, cuando aún era de noche y nadie demandaba su presencia, se retiraba para estar a solas con su Padre. Podía responder a las incesantes necesidades humanas gracias a que antes buscaba la compañía de Dios.
Pensemos que, si para el Hijo de Dios la oración tenía tanta importancia ¡cuánto más debe ser para nosotros! Nunca podemos exagerar la importancia que tiene para nosotros el mantenernos unidos a Dios en oración.
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