Y en otro día de reposo entró en la sinagoga y enseñaba; y había allí un hombre que tenía la mano derecha seca. Y los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si sanaba en el día de reposo, a fin de encontrar de qué acusarle. Pero Él sabía lo que ellos estaban pensando, y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ven acá. Y él, levantándose, se le acercó. Entonces Jesús les dijo: Yo os pregunto: ¿es lícito en el día de reposo hacer bien o hacer mal; salvar una vida o destruirla? Y después de mirarlos a todos a su alrededor, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así, y su mano quedó sana. Pero ellos se llenaron de ira, y discutían entre sí qué podrían hacerle a Jesús (Lucas 6:6-11; Mateo 12:9-14; Marcos 3:1-6)
Cuando Jesús les preguntó si era lícito en el día de reposo salvar una vida o destruirla, Jesús estaba enfrentando a los fariseos a dos opciones contrapuestas: Por un lado, preguntaba si era lícito curar al hombre, que es lo que él iba a hacer. Por otro lado, pregunta si era lícito quitar la vida a un hombre. Eso último quizá lo estaba diciendo porque eso era precisamente lo que ellos estaban tramando: quitarle la vida a él. Es asombroso la importancia que los fariseos daban a los rituales religiosos, iban al extremo de pensar que quien hacia el bien en sábado era alguien merecedor de muerte. Para ellos la religión era puro ritualismo, nada que ver con lo que transmitía Jesús al demostrar por enseñanza y ejemplo que la verdadera religión consiste en amar a Dios y al prójimo.
En este relato aprendemos de Jesús esto: es importante, no solo conocer los preceptos que nos manda Dios, sino saber la posición que ocupan en la escala de valores de Dios. Todavía en aquel tiempo era necesario guardar la ley del sábado, pero la ley del amor estaba muy por encima de la del sábado, y por tanto era excelente y agradable a Dios que se hiciera el bien a aquel hombre. Nunca olvidemos que el amor al prójimo está por encima de cualquier liturgia religiosa.
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