Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué será salada? No sirve ya para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres (Mateo 5:13; Lucas 14:34-35)
En tiempo de Jesús, la sal era el más común de todos los conservantes. Se usaba para evitar que las cosas se corrompieran. Si el cristiano ha de ser la sal de la tierra, debe tener una cierta influencia desinfectante en las personas que le rodean. Todos sabemos que hay ciertas personas en cuya compañía es fácil ser buenos; y que también hay ciertas personas en cuya compañía es fácil bajar el listón moral. El cristiano debe ser un antiséptico purificador en cualquier lugar en que se encuentre; debe ser la persona que, con su presencia, se les haga más fácil a otros ser moralmente limpios.
Por otra parte, la cualidad más obvia de la sal es el sabor que da a las cosas. Los alimentos sin sal son insípidos y hasta desagradables. El cristiano es a otros lo que la sal es a la comida. Nos ayuda a entender esto lo que Pablo dijo a los colosenses: “Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo. Que vuestra conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada persona” (Col 4:5-6) Debemos comportarnos sabiamente con los no creyentes, cuidando que nuestra habla sea sazonada con sal; es decir, que sea siempre amena y de buen gusto; no dando la impresión de censura o superioridad moral, sino haciendo atrayente el Evangelio. Como dice Barclay: "A pocos se habrá ganado al Cristianismo a base de discutir. El cristiano, por tanto, debe tener presente que no es tanto por sus palabras sino por su vida por lo que atraerá a otros al Evangelio"
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